La Navidad y los niños
Con la llegada de la Navidad, aumenta el consumo desenfrenado en el que vivimos sumergidos, en especial, con la compra de juguetes y regalos. Las familias suelen hacer y decir ciertas cosas, fruto de la desinformación, aunque bien intencionadas, que a continuación voy a desarrollar brevemente, para que quien desee pueda modificar sus acciones.
Los niños viven estas fechas con especial ilusión, pero no olvidemos que el principal regalo que necesitan nuestros hijos y que debería estar presente durante todo el año, somos nosotros, sus padres. No necesitan regalos materiales, y mucho menos que estos sustituyan nuestro cariño o sean utilizados como premio a cambio de hacer lo que queramos que hagan, truncando su deseo de hacer las cosas por sí mismos, la comprensión del por qué hacer las cosas, y condicionándoles a hacer todo a cambio de algo (o en el caso del castigo, a hacerlas sólo porque me quitan algo o me hacen algo que no me gusta).
Por supuesto, tampoco debemos utilizar estas fechas como castigo. El castigo es tremendamente dañino en todos sus aspectos, crea reactividad, miedo, rompe el vínculo familiar, favorece la mentira (por miedo), y no consigue lo que busca sino todo lo contrario. En Navidad, vemos como se utiliza el castigo con amenazas como “si no te portas bien, los Reyes Magos no van a traerte nada” o “tienes que ser bueno porque Papá Nöel te vigila todo el tiempo”, el típico carbón, etc. De este modo, damos una retorcida vuelta a la ilusión del niño, convertimos el premio (que ya era perjudicial) en un castigo, la figura fantástica mágica en una figura amenazante. Además, no se llega a comprender que el niño “bueno”, tal y cómo se entiende en sociedad, es un niño que ha aprendido a reprimir sus sentimientos y necesidades infantiles legítimas para que le quieran, colocándose una máscara cara a los padres, máscara que llevará toda su vida, conservando esa base de rabia latente que conforma la sociedad en la que vivimos. Un niño debería poder expresar todas sus emociones, debería jugar, no entiende muchas cosas que si podemos entender los adultos, etc. De este modo, como tantas otras cosas, las amenazas navideñas se convierten en un medio más para contribuir a la patología futura.
Estas fechas de reuniones familiares pueden traer también mucha tensión a los niños. A veces los familiares, por lo general sin malas intenciones, hacen comparaciones entre niños, les ningunean, les regañan, les etiquetan como llorones o reprimen su enfado…En estos momentos, siendo unos padres informados en este sentido, lo mejor que podemos hacer es defender a nuestros hijos, por ejemplo diciendo “no es un llorón, yo también lloro cuando estoy triste”, o “claro que se enfada, yo también me enfado a veces y no soy mala por ello”. Este tipo de intervenciones no están dirigidas a que el adulto cambie de parecer, sino a que el pequeño lo escuche e interiorice.
Otro factor presente en estas fechas que trae de cabeza a muchos padres es qué hacer respecto a lo que les decimos de las figuras fantásticas navideñas. Por un lado está la ilusión de los niños (y de los padres), por otro el mentir a nuestros hijos, que cuando se enteren de la realidad pueden sentirse engañados por nosotros. En este caso, lo que aconsejo es ni mentir ni arrebatar esa ilusión, referirse a los regalos como “regalos de Navidad”, y que aunque el entorno inevitablemente les haga llegar las historias sobre Reyes Magos y demás, cuando llegue el momento de enterarse, no seamos nosotros los que les hayamos mentido en el pasado. Si nos preguntan, podemos contestarles con un “tú qué crees” o decirles que creemos que existen en el mundo de la fantasía (lo cual es cierto). Así, será el niño el que elija lo que desea creer. Muchos niños, aunque les digamos la verdad, elijen seguir creyendo en los Reyes Magos. Ni neguemos, ni fomentemos, dejémosles vivir la ilusión si lo desean, pero sin engañarles. Y, sobre todo, démosles amor, cercanía y presencia todos los días del año.
Laura Perales Bermejo
Psicóloga y madre