¿Es el mundo inseguro para mis hijos?

Miedo. Nos paraliza, nos hace desconfiar. Nos hace más manejables. El miedo como estrategia de control de masas. Si estamos asustados, nos dejamos hacer, o incluso clamamos por medidas coercitivas. Nos han infundido miedo a la libertad desde que éramos niños, interiorizando un patrón en el que además, quien se supone que debe protegernos, lo que hace es castigarnos.

Los medios de comunicación se encargan no ya de informar, sino de poner encima de la mesa detalles truculentos, dar pábulo a opinólogos que enardecen a las masas, aprovechar un hecho ya de por si violento para generar toda la violencia posible, insistir con la misma noticia, distraer de otros temas, colocarnos en un estado de indefensión aprendida, de sensación de inseguridad hagamos lo que hagamos.

Esto, por supuesto, también ocurre en los casos en los que un niño desaparece o es asesinado. La maquinaria se pone en marcha, aprovechándose vilmente de la desgracia, para que pensemos que en cualquier momento puede pasarnos a nosotros, nos dobleguemos y además clamemos odio y venganza. Porque separarnos y aislarnos es una de las mejores estrategias del patriarcado, y sobre todo si se lo hace a las madres. Comienza el desfile de detalles escabrosos que no es necesario saber, de videos absolutamente preparados que muestran como los niños se van con desconocidos (cuando sabemos que esto ocurre en un porcentaje altísimo con gente conocida, del entorno), los bulos sobre más desapariciones de niños (¿alguien se pregunta sobre el sentido de estos bulos? ¿qué objetivo puede haber más que mantenernos así?), el machaque con la noticia en los medios para que pensemos que es muy habitual (nadie se para a pensar que la probabilidad es casi inexistente frente a otras cosas como por ejemplo tener un accidente), nuestro miedo, nuestro control hacia nuestros hijos. Porque no solamente los adultos vamos a caer en estos mecanismos, sino que así nuestros pequeños interiorizarán que deben vivir controlados y que el mundo no es un lugar seguro, que deben vivir en el miedo y bajo las faldas de quien dice protegerles con medidas coercitivas, sin levantar la voz.

Es indudable que hay que proteger. Hay personas tan dañadas que quizá jamás puedan reinsertarse en la sociedad y evidentemente no se puede dejar que sigan haciendo daño. Es necesario mucho trabajo en salud mental, para empezar cambiando el proceder en muchos psiquiátricos, derogando la ley de la pastilla y el foco en el síntoma, no en la causa. Otras veces no se trata de enfermedades mentales, sino de violencia normalizada por nuestra sociedad o por los roles de género antinaturales (por ejemplo, un violador está toda su vida recibiendo mensajes de que eso es lo “normal”). Ya hemos visto que el patrón coercitivo no sirve para nada, cada vez hay más violencia en este mundo. El castigo, al igual que con los niños, no elimina las conductas, sólo enseña a mentir, a hacerlo cuando no nos ven, a desconfiar, a polarizar. Una persona con un trastorno mental o consumida por la violencia no va a pensar en el castigo que le espera si comete un crimen, porque hablamos de percepciones alteradas, no es algo racional. Hay que realizar un trabajo real y sin duda hay que proteger de asesinos, violadores y violencia en general. Pero ¿realmente se protege o se utilizan estos terribles sucesos para otros fines? Porque en esta sociedad basada en el castigo, a quien se juzga y castiga es a la víctima de la violación. Las órdenes de alejamiento no se respetan. Denunciar violencia machista no sirve de mucho. Si tu hijo está sufriendo bullying en la escuela, lo taparán, dirán que “son cosas de niños”. Si tu hijo está siendo abusado sexualmente su palabra no servirá, porque no se le puede “fastidiar la vida” al adulto. Y si es tu ex pareja quien está abusando de tus hijos o les maltrata, ni se te ocurra intentar protegerles o te quitarán la custodia para que acaben en sus manos de modo permanente. Leyes que son relativas según quien esté siendo juzgado, su posición económica, su poder, su sexo, su religión o el color de su piel. Medidas drásticas que nunca apoyaríamos de no ser porque se utilizan las desgracias sin escrúpulo ni respeto alguno por las víctimas, para poner en marcha lo irracional, despertar el odio latente que ya se encontraba ahí hacia otras razas, culturas, etc. “Personas” que incluso se alegran de que los crímenes se hayan producido sólo por ser cometidos por ejemplo por mujeres, obviando las estadísticas aplastantes de género, utilizando la muerte de niños con regocijo para soltar bilis. Violencia utilizada para ganar votos, para instaurar medidas que más adelante sirvan para otros fines e intereses, para conseguir audiencia en base al morbo y el miedo.

Y en medio de todo este circo lamentable que evidencia lo profundamente violenta que es nuestra sociedad (no sólo por parte de quien asesina, sino por todo ese odio sin freno), nadie se plantea que hay que centrarse en la prevención. Que la violencia tiene su origen, como ya decía Prescott (ver enlace), en la represión del placer y de las necesidades primarias. Que cogiendo en brazos a tu bebé por mucho que te digan que no lo hagas, estás trabajando en prevención de la violencia. Que las bases de la empatía se desarrollan en los tres primeros años de vida, en función de cómo se desarrolla nuestro cerebro y de si recibimos el contacto que necesitamos como el respirar. Que somos una especie que viene preparada para la cooperación y la simbiosis (si viviésemos así, esto no ocurriría) y es lo cultural, lo enfermo, lo que nos desvía de ello metiéndonos en el patrón de relaciones de poder y competitividad. Que somos una especie matrifocal y que estos crímenes y la utilización de los mismos son de corte patriarcal. Que un niño con apego seguro no se va con un desconocido, que un niño con la capacidad de defensa intacta (al que no se le ha insistido con que comparta a toda costa, o con que “lo diga con palabras” aunque haya momentos en los que no le sirva de nada para defenderse ¿Dónde metemos el “no se pega” cuando no les queda más que defenderse así, por ejemplo para luchar por su vida o su integridad física?) va a defenderse o a huir. Que un niño que no interiorice y normalice los roles de género antinaturales seguramente cuando crezca no maltrate a su pareja o viole. Que un niño que vive en el autoritarismo y en la negación de su no, va a ser víctima fácil para estos depredadores, porque ha interiorizado que jamás puede cuestionar a un adulto y debe obedecer siempre. Porque pueden encontrase monstruos, si, y pueden pasar cosas del mismo modo, pero por lo menos no se los vamos a poner en bandeja. Y somos los adultos los primeros que normalizamos el maltrato infantil, cuando presenciamos humillaciones, “cachetes educativos” y demás, sin hacer nada, porque ya se sabe que los hijos son meras propiedades de sus padres y cada cual hace lo que quiere con ellos. Y no sólo esto les expone, es que les hace ir normalizando esa violencia y convertirse en adultos que la perpetúan.

La prevención es la clave, desde el mismo embarazo y parto, que ya suele comenzar con violencia. Si no nos desconectamos de nuestro ser y llegamos a empatizar realmente, porque antes han empatizado con nosotros, hemos sido vistos y amados, si no dejamos que nos aíslen y nos infundan temor e indefensión, esto cambia. Yo no tengo miedo. Tengo rabia hacia quien no tiene reparo en usar estos casos para vomitar odio o para controlarnos. Y también creo con fuerza que la red que estamos creando va a protegeros de unos y de otros. No dejéis que el miedo y el odio os arrastre.

Laura Perales. Psicóloga y madre.